lunes, 17 de diciembre de 2012

7


Allí, con el brazo extendido, a punto de llamar al timbre, no parecía tan buena idea. Pulsó el interruptor pero no funcionó. Llamó con gesto decidido golpeando la puerta con los nudillos y el sonido se escuchó fuerte en el interior de la casa del vecino. Ni siquiera sabía su nombre y allí estaba, con una botella de vino y un par de pizzas congeladas en la mano, esperando a que le abriera la puerta una persona con la que tan sólo había intercambiado unas cuantas frases sin importancia. Convenciones sociales de buen vecino.
La cara de sorpresa del suyo, al  abrir y verla así,  cual repartidora de pizza, fue mayúscula. Él iba vestido con un batín sacado de algún lugar anclado en el siglo cuarto y no decía nada, así que Alba tuvo que romper el hielo.
-Sus pizzas, vecino.
“¿Sus pizzas vecino?”
-Perdona, ¿cómo?- El vecino tenía la típica expresión facial insondable que indica que un cerebro concreto se haya en graves problemas para interpretar la situación en curso.
-Vale, me explico-dijo Alba-No tengo amigos, ni familia y me han despedido hace menos de una semana y cómo me he fijado que tú nunca estás con nadie tampoco, he pensado que, ya que esta noche es nochebuena, vaya, me está saliendo un villancico, pues eso, que si te apetece que la pasemos juntos, la nochebuena, me refiero.
-Esto...
-Mira, no te preocupes, mejor me voy.
-Vale.
-Vale.
Alba se giró a lomos de una intensa vergüenza, completamente acalorada. Estaba ya cerrando la puerta en la seguridad de su casa cuando oyó hablar a su vecino.
-¿Me dejarás vestirme, por lo menos?
Alba sonrió y abrió la puerta de nuevo.
-Sólo si te pones un traje con solapas anchas y pantalones campana.
El vecino sonrió extrañado.
-Es broma, supongo.
-Claro que es broma. Perdona, soy una estúpida.
-No, no, tranquila. Soy yo, que no entiendo los chistes.
-¿Que no entiendes los chistes? ¿Ninguno?
-No. Casi ninguno. Las bromas en general, el sarcasmo y todo eso se me da muy mal.
“Vaya”
-Bueno, pues nada de bromas.
-Si, así mejor. ¿Te pasas en una hora?
-Vale.
-Vale.
Y cerró la puerta.
Que cosa más rara de hombre, se dijo Alba. De físico no está mal, se seguía diciendo. Alto, fuerte. Bonitos ojos azules. Casi calvo. Se había rapado el poco pelo que le quedaba alrededor de la cabeza. Un buen gesto. Odiaba a los calvos con melena. Esa gente que no acepta su reflejante coronilla y deja que crezca el resto del pelo para compensar. Pero había algo en su bonita mirada azul que la asustaba. Era huidiza. Esquiva. Como si fuera un animal sorprendido por los faros de un coche cruzando la calzada.  ¿Una hora? ¿Quién necesita una hora para estar presentable? Ella iba en chándal.  
Al cabo de una hora Alba se observaba en el espejo del recibidor. Tenía ganas de echar un polvo, así que utilizó todas las artes olvidadas de la seducción elegante que había aprendido tiempo atrás. Se trataba de estar sugerente sin resultar ordinaria. Ahora se miraba sin parecer muy convencida. Vestido largo y alegre, con muchos colores y algo de escote, no mucho, pero el suficiente para demostrar que todavía tenía unos buenos pechos. Un poco de maquillaje, pero para tapar cosas, nada de resaltar otras.  
“Pareces un putón, lo llevas pareciendo desde que lo has abordado”.
Al fin, después de haberse cambiado varias veces y haber optado por la primera opción, volvió a llamar a casa del vecino. Abrió alguien completamente diferente. Se había vestido  con pantalones vaqueros y una americana de pana marrón con coderas encima de una camisa negra. Podría ser de su abuelo campesino o de alguna boutique de lujo de esas que se llaman como una persona.  Lucía recién afeitado. Le gustó.
Una mezcla de buenos olores llegó hasta Alba.
-¡Ostras! ¿A qué huele?
-Nada, he hecho unas tonterías para cenar-dijo señalando las pizzas congeladas de Alba.-No sería bueno cenar eso en nochebuena.
-¿Eso es un chiste?
-¿El qué?
-El juego de palabras. Bah, déjalo. ¿Puedo pasar?
El vecino se apartó de un salto.
-Claro que si, perdona. Bienvenida a mi hogar.
La casa estaba a oscuras así que tuvo que esperar en el pasillo a que la adelantara. Una vez en el salón lo que vio la dejó completamente sorprendida.
-Una cosa primero.-dijo Alba.
-Qué.- contestó el vecino poniéndose un poco tenso.
-¿Cómo te llamas?
-Ah, eso. Soy Rubén.
“Vaya, como mi Ruben”
-Vale, yo soy...
-Alba, ya lo sé.
-¿Y como lo sabes?
-El buzón del patio.
-Ala, que cotilla.
-No es cotilleo, estás al lado del mío.
-¿Y por qué yo no sé cómo te llamas?
-En mi buzón no hay nombre.
-¿Y eso?
-¿Cómo que y eso?
-Todo el mundo se pone el nombre en el buzón.
-Yo no.
Alba miró el extrañísimo aspecto del salón. De hecho, era el salón más raro que había visto en toda su vida.
-Vale.- dejó la botella de vino en el suelo.-¿Dónde dejo las pizzas?

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