jueves, 13 de diciembre de 2012

6


-Su mujer le ha llamado para ver si puede ir usted a recoger a la niña con el coche.
Rubén pasaba como una exhalación por el cuarto de su secretaria y por eso no se dió cuenta de la cantidad de libros que estaba escondiendo en el regazo mientras lo decía. Rubén había ido directamente a su despacho y se estaba quitando la corbata y la camisa sudada para ponerse otra nueva. Abrió un armario que ocupaba toda la pared de su espacioso despacho y eligió una entre las decenas que tenía. Miró desde las alturas los últimos rezagados en la manifestación. Todo había vuelto a la normalidad. La ciudad volvía a parecer el organismo mecánico de siempre. Malditos críos.
La manifestación, aparte de destrozar el parabrisas del coche, le había retrasado más de una hora. No es que el jefe le fuera a despedir, desde luego, él era el jefe. Pero el dueño de la marca en persona iba a estar en la presentación y eso no era muy habitual. Algo pasaba.
-Disculpe que le insista per...
-¡Ahora no!-gritó Rubén-¿No ves que estoy ocupado? ¡No me hables en los próximos dos días! ¿Donde están?
-¿Se refiere a la gente de Mentsis?
-No, me refiero a los extraterrestres. ¡Pues claro que me refiero a la gente de Mentsis!
La secretaria, Cristina, que era muy eficiente en su trabajo y jamás daba problemas, se echó a llorar. Estaba intentando contener las lágrimas y sabía que si se esforzaba las ocultaría desde las profundidades. No era muy alta, por usar una descripción benevolente, y desde aquella perspectiva siempre le había sido fácil ocultar los sentimientos. Pero esta vez iba en serio y le temblaba la voz.
-Están en la sala de juntas, señor.- Y se marchó. Se sentó rápida en el cubículo de su despacho y empezó a observar fijamente uno de los dos archivadores de la derecha, el falso, el que no contenía informes. Lo abrió, se quedó mirando un montón de libros y cogió uno:

“Tantas veces le había oído decir estas cosas, que no tenían ninguna novedad para él. Emma se parecía a las amantes; y el encanto de la novedad, cayendo poco a poco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje. Aquel hombre con tanta práctica no distinguía la diferencia de los sentimientos bajo la igualdad de las expresiones. Porque labios libertinos o venales le habían murmurado frases semejantes, no creía sino débilmente en el candor de las mismas; había que rebajar, pensaba él, los discursos exagerados que ocultan afectos mediocres; como si la plenitud del alma no se desbordara a veces por las metáforas más vacías, puesto que nadie puede jamás dar la exacta medida de sus necesidades, ni de sus conceptos, ni de sus dolores, y la palabra humana es como un caldero cascado en el que tocamos melodías para hacer bailar a los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas. "
-Que maravilla-susurró en voz baja llevándose el libro al pecho y cerrando los ojos. 

Ya estaba mejor.

Rubén fue corriendo hasta la sala de juntas, se paró en el umbral de la puerta, cerró los ojos, respiró abdominal y profundamente siete veces  “¿En que mierda de libro he leído eso?” y abrió.
Dentro reinaba un silencio expectante. Eso es lo que más le llamó la atención. No las caras serias de un lado y  otro de la mesa, todas vueltas hacia él. No la persona que estaba de pie mirando por los ventanales con expresión austera. El silencio. Había unas doce personas dentro de la habitación y no se oía un alma.
-Disculpe la tardanza, señor Robles.- dijo Rubén-La manifestación. Los chavales no me han dejado llegar a tiempo. Incluso me han destrozado el parabrisas.
El señor Robles, a todas luces la persona mayor que miraba hacia abajo a través del ventanal, ni siquiera se giró para hablar.
-Llevo aquí casi una hora esperando. Los chavales no tienen nada que ver. Usted debería haberlo previsto. Como todos nosotros.- Entonces se giró y habló con una sonrisa cordial que contradecía completamente la gelidez de su mirada-Pero eso ya no se puede solucionar, ¿Verdad? Las ventas han bajado, Rubén. Enséñanos lo que tienes.
Algo en lo más recóndito de su cerebro empezó a mandar señales de alarma, pero se deshizo de ellas.
-Permítame decirle que la crisis...
Robles levantó un brazo para hacerlo callar.
“Ojalá estuviera con Alba ahora, ¿Por qué pienso tanto en ella hoy? ¿Quería decir Laura? No. Era Alba”
Pero en cuanto se acordó de su mujer se quejó su estómago. Se sentó en una silla, antes que su cliente. Todos sus empleados se dieron cuenta del detalle y se miraron nerviosos. El dueño de Mentsis se lo quedó mirando extrañado.
-Ya hemos tenido en cuenta la crisis. Ha bajado más que nuestra competencia. Dinos que tienes. Ya.- Robles parecía dispuesto a no sentarse jamás en toda su vida.
Las señales se hicieron más fuertes hasta que una luz roja inundó completamente el mundo de Rubén.
“La memoria. Me he olvidado la presentación en el pendrive”.

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