martes, 11 de diciembre de 2012

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Cada vez que Laura se despedía de su marido se daba cuenta que lo veía por primera vez. Era una sensación extraña, como si su cerebro se reiniciara.
Esta mañana había vuelto a pasar.  Rubén se había ido sin apenas darle un beso. Parecía otra persona. Triste. Estresado. Infeliz.  Nunca había sido el hombre más jocoso del lugar, la verdad, pero tampoco un muermo. Y por lo menos era atento con ella. Pero eso había cambiado desde que se habían mudado de nuevo a Valencia. .Algo había muerto en el interior de Rubén. A la vez que compraban cosas, morían otras.
"No me dí cuenta"

Laura era una chica de pueblo. Había trabajado toda la vida en la terraza de la heladería, viendo pasar veraneantes y chicos del lugar, aunque siempre era mejor la gente de fuera. Madrileños, valencianos, gallegos. Los pocos extranjeros que llegaban nunca podían entablar conversaciones con ella. En aquella época un inglés era como un extraterrestre. A saber que costumbres bárbaras traería. A saber de  que forma cuestionaba el evangelio. Laura iba a misa todos los domingos, claro. Pero en cuanto se fue de allí cambió las misas por otras formas de huída.

Fue al baño, mientras se acordaba de todo eso y cuando llegó se miró al espejo, abrió el cajón superior del tocador y cogió un blister casi agotado de pastillas. Sólo quedaban cuatro, así que tendría que ir al tanto si no quería encontrarse con que se habían agotado. Se tomó una.
¿Qué día era hoy? ¿Jueves? ¿Viernes? ¿Se estaba preguntando qué día de la semana era? ¿O del mes? Mejor ir a la cocina, al calendario de la nevera y mirar fechas. Se acercaban las visitas a los médicos y también tendría que estar al tanto de eso. Recetas. Que no se le olvidaran.
-Mamá, mamá- gritó Beatriz desde el fondo del pasillo- mira lo que he hecho.
Beatriz llegaba con el dibujo de una gran casa en un prado lleno de flores. Era infantil, de trazos imprecisos, pero bello, con gran equilibrio en los colores y las perspectivas. Laura se maravilló.
-¡Oh! ¡Que maravilla, Beatriz! Es precioso. ¿Sabes? Dibujas muy bien. Algún día serás una gran artista. ¡Colgarán tus cuadros de las paredes de  muchos museos! Trae y lo pongo en la nevera.
-¡No! Es para papi. Y no quiero ser artista.
-¿Ah no? ¿Y que quieres ser?
-¡Emperatriz!
-¿Y tú qué sabes qué hacen las emperatrices, renacuaja?
-¡Vivir aventuras y casarse con príncipes!-gritó Beatriz.
Maldito Disney, malditas sus películas, pensaba Laura. Les hacen creer que existen los príncipes azules. Bueno, no es culpa de Disney solamente. Nosotras nos lo tragamos bien a gusto. Los cuentos de todos.
-Ale cariño, ve a tu cuarto, hazte la cama mientras te hago el desayuno y te llevo al colegio.
Ya en la cocina, Laura se propuso hacer un gran desayuno completo consistente en un gran vaso de leche con cereales, una tostada con mermelada y un zumo de naranja natural, pero en cuanto empezó se dio cuenta de que sería una empresa demasiado complicada. Tendría que cortar el pan, extender la mermelada, calentar leche, cortar naranjas, exprimirlas, procurar que la niña no se manchara, hacer que se lo comiera todo en un tiempo prudencial y recoger y limpiar todo el estropicio. Miró a la nevera y sonrió. Era viernes y los viernes no venía la asistenta. Sonrió porque había acertado el día. No ocurría muy a menudo.
Cuando llegó Beatriz, un vaso de colacao caliente humeaba en la encimera.
-Bébetelo rápido que tengo que pasar por la farmacia antes de llevarte al cole, cielo.
-¡Quema!
-Pues cámbialo de vaso, ahora vengo.
Laura fue al baño de nuevo. Era raro, todavía notaba un poco de ansiedad matutina. Normalmente las ovaladas actuaban antes. Cogió el blister que se había dejado en el tocador y se tomó una más.
“Maldita sea, nunca las dejes al alcance de Beatriz”
Luego presionó sobre la penúltima pastilla del blister y cayó en su mano.
Se la tomó también. Ahora sólo le quedaba una. Tendría que pasar sin falta por la farmacia.
-Mami.
-Joder, que susto me has dado.
La niña había aparecido de sopetón en el umbral de la puerta del baño.
-¿Qué quieres, mi vida?-sonrió Laura.
“Es para papá”
-Nada, que ya estoy.-dijo la niña. En su espalda colgaba una mochila de tonos rosados de una película de Disney.
Laura y Beatriz pasaron los siguientes diez minutos buscando las llaves del coche. Finalmente las encontraron debajo del dibujo que “la emperatriz” había dibujado a su príncipe, Rubén.
“Ahora tendré que pasar por la farmacia a la vuelta del colegio”.
Cogió las llaves del coche y, justo cuando iba a cerrar la puerta del chalet, cambió de opinión.
-Espera Beatriz, tengo que ir al baño un momento.

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