Rubén
miró el rostro de su hija dormida y se odió sin ser muy consciente de
ello. Llevaba meses sin dormir bien, levantándose tres o cuatro veces
por noche completamente despejado. Siempre era igual. Oía la débil
respiración de su mujer, que dormía a su lado aplastada por el efecto de
las pastillas y se ponía nervioso. Observaba su piel estirada, sus
labios rellenos de silicona, su pechos rotundos e indeformables así
estuvieran en la posición más extraña del mundo. Siempre redondos,
tersos, reluciente, duros. Era horrible. Pensaba en las muñecas
hiperrealistas que compraban millonarios de todo el mundo para follarse
la soledad. Siempre el mismo pensamiento. Siempre esas muñecas. Maldita
la hora en que había visto el reportaje. Le había dado miedo. Esa noche
se había acostado tan aterrorizado que le había hecho el amor a su mujer
y había creído que sentía algo de nuevo. Pero a partir de entonces se
había empezado a despertar en mitad de la noche. Nada espectacular. Nada
de pesadillas y sudores fríos. Simplemente abría los ojos como si no
hubiera dormido. Y la miraba. Y pensaba en esas muñecas vacías de vida.
¿Cuando había empezado Laura a operarse? ¿Por qué? Había sido guapa, una
mujer grande y alta, de piernas interminables. Claro que también había
sido alegre. La había conocido en un bar de la playa, sirviendo copas,
hacía tantos años. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Quince años? Tampoco
era tanto. ¿O si?
Ahora
miraba a su hija, como siempre que la noche era dura, y no lograba
sentir paz. Se suponía que era su mejor obra. Todo lo que justificaba
estar en este mundo lo tenía delante de sus ojos y no lograba sentir
nada.
Cerró
la puerta del cuarto de Beatriz la emperatriz (que pesada se había
vuelto la niña desde que alguien la llamara así en el colegio) y fue a
la cocina. En la puerta de la nevera un calendario pegado con un imán de
special K indicaba las consultas y revisiones de su mujer en los
próximos meses . Suspiró y abrió la puerta. La luz iluminó su cara y se
vió reflejado en el cajón de las verduras. Se asustó.
“¿Que coño me pasa?”
En cuanto empezó a pensar que quizá era él quien necesitaba de verdad
un psiquiatra se deshizo de esa línea de pensamiento, se obligó a elegir
un par de lonchas de fiambre y se preparó un pequeño bocadillo. Acto
seguido se fue al salón, encendió la televisión y empezó a planificar
el día de mañana. La presentación.
En la tele el canal de noticias 24 horas hablába del enésimo recorte del gobierno. Una nacionalización. Seis mil despidos programados. Disturbios en las calles. Desahucios masivos. Suicidios. Todo se estaba desmoronando ahí fuera. Lo peor era que él se sentía igual. Se sentía como un viejo equilibrista cansado de no mirar abajo.
En la tele el canal de noticias 24 horas hablába del enésimo recorte del gobierno. Una nacionalización. Seis mil despidos programados. Disturbios en las calles. Desahucios masivos. Suicidios. Todo se estaba desmoronando ahí fuera. Lo peor era que él se sentía igual. Se sentía como un viejo equilibrista cansado de no mirar abajo.
Una voz procedente de la entrada del salón le volvió a asustar de nuevo.
-Rubén, son las 5 de la mañana. ¿Qué estás haciendo?- la mitad del rostro de su mujer empezó a deformarse, súbitamente iluminado por las luces de un coche que circulaba cerca de la casa y que hizo que su figura proyectara sombras inusitadamente alargadas sobre los objetos del salón. El efecto duró poco y pronto su cara se hundió en la oscuridad, preparada para escuchar la respuesta de Rubén.
-Tengo la presentación mañana, no podía dormir.
-A ti te pasa algo. Últimamente no eres tú. -dijo la mujer de Rubén.
-¿Algún tópico más, cariño?- Rubén disfrutaba haciendo sentir estúpida a Laura. Eran pequeños detalles, una frase aquí, una mirada allá. Un trae, ya lo hago yo, en el momento preciso. Lo hacía tan sutilmente que ninguno de los dos habría sabido de que estaba hablando en caso de que alguien le preguntara por el tema.
-Estoy preocupada por ti. Si caes tu, ¿Qué pasaría con Beatriz? Sólo tiene 11 años.- dijo Laura.
-¿Estás preocupada por ella o por la cita con el Doctor Argüelles?-normalmente se habría arrepentido de decirle algo así, pero ahora era diferente. A lo mejor ella tenía razón, a lo mejor no era el mismo. ¿Pero qué había pasado?
-Me voy a la cama, sigue con tu presentación.
Rubén no contestó. Miró el bocadillo, le dio un bocado que no pudo tragar y se levantó dispuesto a servirse un gin tonic. Pronto una fina línea anaranjada señaló el horizonte y delimitó a lo lejos las colinas, indicando la llegada de un nuevo día.
Otro igual, pensó Rubén. Otro igual. Bebió un poco del gin tonic y se percató de que tampoco le apetecía el maldito trago.